martes, 26 de octubre de 2010

Antonio Gattorno Águila, Pintor cubano




Niño genio

Nacido en La Habana el 15 de marzo de 1904, en el seno de una familia acomodada, a los 12 años había ganado, por oposición, su plaza en la escuela San Alejandro, siendo su maestro Leopoldo Romañach, quien le enseñara a poner los colores en la paleta; luego, a los l6, ya alumno brillantísimo, marcha becado a Europa, a fin de profundizar los conocimientos adquiridos.
Siete años permanece nuestro pintor en el viejo continente, escenario de observación inteligente, de encuentros propicios. En París trabaja en los estudios de Georges Roualt y Jules Pescin; se enamora tanto de la serenidad cromática y lineal de Chavannes, como de los primitivos –el cuatrocenttos- en Italia. Para entonces ya había muerto Modigliani, pero establece extraordinaria amistad con el rey del surrealismo, Salvador Dalí.




A su regreso a Cuba, en 1927, se instala en la barriada capitalina de Pogolotti (Marianao), donde vive y trabaja junto a su primera esposa, la actriz francesa Llilianne Cointepax. Realiza una exposición personal que resume su fructífera estancia en Europa e incluye obras pintadas aquí. Esta muestra, precedida por la de Víctor Manuel y la del escultor José Sicre, preparan el camino para la gran exposición de Arte Nuevo, en mayo de ese mismo año, donde la vanguardia presentaría credenciales. Exhibe Mujeres junto al río (óleo), comienzo de las transposiciones de la moderna pintura europea a temas cubanos.
Pionero de las imágenes del criollismo, a esta tendencia le aporta no pocos de sus más emblemáticos cuadros y cuyo clímax, el mural realizado en los años 30, Guajiros en Nueva York, provocaría una de las más bellas crónicas escritas por Pablo de la Torriente Brau, la cual mereciera el Premio Nacional Justo de Lara: "Los guajiros han venido por primera vez a Nueva York. Los trajo Antonio Gattorno, el pintor menudo y silencioso que siempre se parece a sus cuadros. Tanto, que ahora ha venido a descubrirse que también él tiene, a pesar de su aire inconfundible de ciudadano pulido que ha visto ciudades y barcos, algo así como un alma de guajiro, recogida y tristona, que se manifiesta en lo exterior por esa fragilidad física y ese color palúdico, que él ha traído a Nueva York en los guajiros de sus cuadros, siempre impávidos, trágicos, silenciosos"

Miembro del Grupo Minorista, retrata a Rubén Martínez Villena, en fina plumilla, retrato juvenil del que dijera Juan Marinello: "En el dibujo de Gattorno, de tanta riqueza expresiva, se asoma a la vida el poeta que acaba de salir de la adolescencia (...) La maestría picasiana está presente pero no hiere la voluntad creadora, que defiende sus caminos propios. El rigor y la libertad ordenan y levantan la figura delicada y soñadora. Nuestro pintor ha querido darnos, y lo ha logrado, la aventura naciente de un espíritu revolucionario en la más ancha significación del término".

A finales de la década del 30 y ante la indiferencia y la desidia oficial imperantes, decide radicarse en los Estados Unidos. Allí abandona la pintura de inspiración campesina y se aplica, bajo la influencia de Dalí, a la escuela surrealista. "No encontraba ninguna fuente de inspiración en la metrópoli gigantesca que es Nueva York –declararía a la prensa cubana–, en el surrealismo puede incluirse todo lo que la imaginación humana puede descubrir o soñar (...) Ahora pienso y siento por cuenta propia."

En 1935 presenta su primera exposición individual en la Passedoit Gallerie´s, de Nueva York. Premio de la Exposición Internacional de Acuarelas (1936), organizada por el Instituto de Arte de Chicago, presenta obras en diferentes eventos internacionales, en ciudades norteamericanas.

Las reproducciones en la revista Esquire de sus tintas de temas cubanos y algunos motivos de París e Italia, sobre los que Ernest Hemingway escribe una emotiva e irregular monografía, así como los oportunos comentarios del novelista John Dos Passos, quien hace hincapié en la significación social de sus acuarelas y dibujos, donde "toda la tristeza y soledad del campesino cubano se ve reflejada", le lanzan al mercado artístico de los Estados Unidos. Desde entonces puede vivir de la pintura de un modo absolutamente profesional.
Realiza dos exposiciones personales, como sistema, en la Galería Marquié 16 W de la calle 57 y viaja a Cuba, cada dos años, de vacaciones. Casi siempre expone o realiza alguna obra: muchos de sus murales se han perdido, lamentablemente: antigua Escuela de Pedagogía, casa del doctor Gustavo Gutiérrez, Sala Capitular del Ayuntamiento, Plaza de San Francisco y la Catedral, entre otros.


En 1959 viaja a Cuba por última vez. Entrega la finca de sus padres y pinta El héroe caído, dedicado a Pablo de la Torriente Brau y su lucha en España. Este cuadro ha desaparecido. Nunca se manifestó en contra de la Revolución, proceso que no entendería pero que respetaba. Fuera de su patria, deja en sus cartas manuscritas, declarado amor por su tierra, por su Habana. La lejanía de sus lares halla expresión imborrable en buena parte de la tristeza y extrañeza que respiran no pocos de sus paisajes imaginados.
Antonio Gattorno muere el 5 de abril de 1980, en su casa de Massachussets, de un infarto cardíaco, mientras pintaba el retrato de su vecina.No deja descendencia.
Universalizar el modelo
Cuando Gattorno llegó a los Estados Unidos en los años 30, traía consigo un concepto del arte, material y práctico, así como una fe inquebrantable en la necesidad y la realidad de la pintura, apuntalada por una habilidad y una técnica perfecta, robusta. Estas dotes le protegieron del cínico e insolente realismo capitalista y al mismo tiempo comportaban, dada su entrega al surrealismo, un arte abierto a todos los contenidos artísticos, una manera de hacer cuyo alcance de sentido y mensaje lo llena de misterio. Sus calculados retratos denotan profundidad espiritual, obras hechas para el trance, el sístole-diástole del futuro.
Fascinado por las superficies y el efecto de los matices, gran colorista, se atiene a la movilidad pictórica, a las cualidades intrínsecas de la imagen, al talante y la eficacia de los sueños. Teatral o gentil, como en los retratos que hacía a las damas neoyorkinas: decora estos retratos con motivos surrealistas: en cada rostro, con intensidad velada, cifrada, Gattorno afirmará que la apariencia es fugaz, incierta, perecedera. 

A veces conjura un trozo del enigmático sentido o de la verdad perdida (varios cuadros sin título), en trasfondos cuyos juegos de planos y luz, tanto ilusionistas como abstractos, denotan el accionar surrealista en dramáticos escenarios.
Para corroborar, para afirmar y también para burlar sus propias dudas, Gattorno dispone, una y otra vez, de nuevas posibilidades y modalidades al pintar. Hombre moderno, es escéptico en cuanto a la representación de lo real. No se hace justicia a su obra si se la intelectualiza unilateralmente, pues no solo utiliza una táctica meramente estética, sino que se orienta con sagacidad y oportunidad hacia realidades contemporáneas concretas: de las ciudades abrasadas por la guerra al mercado y la opinión pública.
En las dos últimas décadas de su vida, Gattorno se confirma como un surrealista exuberante, de fuerte influencia daliniana, con obras que al propio Dalí hubieran dado envidia. En momentos en que el arte pop, el realismo fotográfico, la nueva pintura paisajística y el neorromanticismo hacían de las suyas en la plástica contemporánea, Gattorno se dedicaba a deslumbrar al mimado comercio del arte con el teatralismo brillante y alienado de sus monumentales cuadros.

En la evocación de esos mundos imaginados subyace un contenido metafórico. No pocas de sus premisas formales quedan desbordadas por la sensualidad de las figuras (El sueño de San Lucas), o la crudeza del tema revelado (varios sin título). Son invenciones hermosas, sombras de sueños –o pesadillas- de gracilidad sosegada y lúdica. Más vinculado a la creación que a las criaturas, jamás puso en tela de juicio a la pintura en sus mundos traspuestos. Tamiza y acerca los extremos. En estos últimos cuadros se perciben sus devociones, divisa y privilegio de los inspirados. ¿Por qué habría de cambiar de camino, si estando en la cima, carecía ya de tiempo y de fuerzas para recorrerlo completo?
En el esplendor de la fábula, del mapa aún no trazado de la pintura del continente, el surrealista Gattorno es todo un clásico.

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