martes, 5 de mayo de 2009

Pero ..LA BRONCA DE LOS CUBANOS ¿CON QUIEN ES?

Pero ¿la bronca de los cubanos, con quién es?: ¿con los norteamericanos? Que yo sepa el oficial que me interrogó y me amenazó conque me pudriría en la cárcel o con el destierro forzado y luego dio órdenes de hostigarme y perseguirme por haber propagado ideas contrarrevolucionarias, no estaba bajo las órdenes de la C. I. A. ni del F. B. I. sino del Ministerio del Interior de Cuba. Ni era un agente de los servicios secretos del país más poderoso del mundo el que intentó matarme al atropellarme con su jeep en la calle Panorama del barrio capitalino de Nuevo Cerro, el 28 de octubre de 1996. Y, antes, en 1992, cuando, a fin de llevarme a una reunión urgente en la direccion de la escuela, me sacaron abruptamente del aula donde impartía una clase sobre el origen del idioma español, no vi por ninguna parte a nadie de la Junta Escolar de Miami en contubernio con el alcalde del condado Dade y el Gobernador de la Florida. No. Ocurrió en Cuba y fueron cubanos quienes sorpresivamente me leyeron y dieron a firmar un documento a través del cual el Ministerio de Educación, en contubernio con la Seguridad del Estado, decidía expulsarme de mi puesto de maestro, por causa de mis convicciones y principios políticos. Allí sólo vi a la jefa de cátedra de Español y Literatura, a Sarah Sevilla ‒representante del Partido‒, a la directora y a la secretaria del Instituto Preuniversitario Antonio Guiteras y a dos oficiales de la tenebrosa Policia Politica. Y sigo enumerando acontecimientos: No pertenecían a ninguna institución u organización ni empresa ni cuerpo militar de los Estados Unidos los que, siendo yo muy joven, me obligaron a dejar mi casa y alejarme de la influencia de los míos para llevarme a trabajar gratuitamente en la agricultura, cada año y durante un mes y medio ‒y a veces más‒, bajo el pretexto de la educativa y aleccionadora combinación del estudio y el trabajo. Ni mis vecinos soplones del Edificio Naroca ‒Georgina, Chichita, Roberto, Verena, Niurka (quien vive ahora en Miramar, muy cerquita de Miami), Nadia, Rosa la del quinto piso y otros a los que Dios ya les pasó o les pasará la cuenta‒ eran nativos de la nación fundada por Washington. Y no fue desde la tierra de los pieles rojas y de Emerson y de Martin Luther King desde donde me conminaron a renegar de mi propia familia y hasta de mí mismo para entregarme de cuerpo y alma al Estado Socialista, como si fuese yo propiedad de éste.

Nunca vi tanques ni asesores yankees sino rusos en los desfiles militares donde los soldados daban hurras ‒a la usanza soviética y no norteamericana‒ al jefe del ejército. Ni fueron convocados por el Partido Republicano ni por el Demócrata sino por el Comunista de Cuba los actos políticos que eran como masivos lavados de cerebro y que tenían como telón de fondo enormes imágenes de los filósofos y políticos de Europa ‒y no de Norte América‒ Marx, Engels y Lenin. Tampoco aquella doctrina de odio contra todo aquel que tuviese una ideología diferente a la del socialismo era originaria de Carolina del Norte o de Boston ni lo era de estos lugares la idea de la Dictadura del Proletariado y del partido único. No fueron americanos los que terminaron de un plumazo con el más mínimo vestigio de propiedad privada (vendedores de churros y fritas, puestos de frutas y de viandas ‒malanga, ñame, calabaza, papa‒, heladeros, maniseros y merengueros). Aquella despiadada campaña gubernamental contra los pequeños comerciantes fue conocida como Ofensiva Revolucionaria y fue la estocada mortal contra el libre ejercicio de la autogestión de los individuos. E insisto en que no, que no fue en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos donde se dictó como premisa para las artes y la literatura aquello de «Con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada», estableciendo, de tal modo, la censura más férrea, jamás conocida en ninguna otra nación de Latinoamérica, y haciendo añicos el derecho de los ciudadanos a expresarse libremente. No fueron ellos ‒los vecinos norteños‒ los que expropiaron e intervinieron las grandes empresas para convertirlas en presumibles bienes de toda la sociedad, inaugurándose así la era de la ineficiencia y del descalabro inherente a una economía centralizada. Nuestros amigos de la Coca Cola, de la Pepsi Cola y de otras tantas compañías no fueron sino víctimas de tales expropiaciones y saqueos y los cubanos dejamos de beber refrescos que valían la pena y de recibir otros productos y servicios de excelente calidad. Y todavía digo más: los jefes de los pelotones que llevaron a cabo los fusilamientos de miles y miles de cubanos, no gritaban «¡fire!» sino «¡fuego!» ni fueron tropas del pueblo de Lincoln sino multitudes ‒turbas‒ del propio pueblo que, enceguecidas por un fervor como de hienas o atizadas por la mano oculta y tenebrosa de los nuevos líderes, en los primeros días de la efervescencia revolucionaria, salían a las calles a pedir paredón para los que disentían o habían tenido alguna relación con el derrocado gobierno de Fulgencio Batista.

En fin, no fueron vaqueros asaltantes de bancos ni gansters de Chicago o New York sino una chusma criolla la que tomó el poder en el ’59 y ha estado manejado a su antojo y con métodos de bárbaros los destinos de los cubanos. Una chusma, una pandilla integrada por asesinos y ladrones y por hombres sin escrúpulos ‒pero muy bien aderezados con aquella barba de libertadores. Era la mismísima peste ‒con muy pocas excepciones‒ lo que bajó de los montes de la Sierra Maestra ‒cercanos a la ciudad de Santiago de Cuba‒, donde se habían alzado en pie de guerra ‒o escondido‒, para luego llegar y posesionarse en el Palacio Presidencial de La Habana. Cuba entera vio por la televisión el aura roja y reverberante del flamante líder de los rebeldes celebrar su victoria y diciendo aquel discurso típico de un encantador de serpientes. Era la hora suprema y feliz de un Atilas, de pedigree gallego ‒y no sajón‒, que afilaba sus uñas y su látigo para flagelar sin treguas a todos sus compatriotas y reducirlos a ciudadanos de segunda categoría. Desde entonces se impuso el terror en el país y se implantó el más vergonzoso apartheid de la historia moderna. Tal segregación continua vigente porque el gobierno cubano ‒y no el estadounidense‒ sigue prohibiendo el acceso de los propios nacionales a ciertas playas e instalaciones hoteleras destinadas exclusivamente al turismo extranjero. Pero no fue el Fondo Monetario Internacional ni los accionistas de Wall Street los que desvalorizaron el peso cubano‒con el que se le paga al obrero y al profesional‒ y lo convirtieron en risible caricatura del dinero para darle valor y poderes excepcionales al dollar y a toda moneda no-cubana y no fueron aquéllos los que crearon un mercado inaccesible para el criollo, a menos que éste reciba remesas o especule. La bestia usurpadora y criminal ‒envejecida en su trono‒ mantiene todavía sometido a nuestro noble pueblo a un bloqueo tan brutal que no tiene comparación con el embargo que la Casa Blanca impusiese al gobierno ‒y no al pueblo‒ de nuestro país como respuesta a la expropiación arbitraria de propiedades y negocios norteamericanos, lo que no fue compensado debidamente... y no merece otro nombre que robo eso de apropiarse de lo ajeno. Sin embargo, para nada me afectó a mí ni a los míos la medida norteamericana. Más bien lo que hay que decir es que han sido bloqueadas nuestras libertades y economías por todas las medidas del Gobierno Revolucionario de Cuba. Ni una sola ley revolucionaria tiene por objeto hacer feliz nadie. Todo lo contrario. Entonces no es resultado de ningún bloqueo o embargo o ley de ningún gobierno extranjero sino del propio, la miseria y el hambre que padecen los cubanos y esa visible tristeza y desesperanza. No fueron los greengos los que crearon artificialmente la escasez de alimentos para implementar la tarjeta de racionamiento y así asegurar la dependencia de cada ciudadano con el Estado y, por tanto, el poder de los pandilleros castristas. ¡Ah… y La Habana está así, en ruinas; no porque aviones tipo Delta de la Fuerza Aérea Norteamericana dejaron caer bombas o lanzaron misiles sobre lo que fuera una de las ciudades más bellas de América Latina sino por la abrupta sustitución de una cultura de prosperidad y amor por una ‒medio paria‒ de desdén y desprecio por nuestras tradiciones y valores!

Entonces, ¿qué hacemos los cubanos de la Isla o del exilio discutiendo, como verdaderos injerencistas, con quién debe o no tener relaciones diplomáticas y comerciales los Estados Unidos de Norteamerica? Es que no veo para qué ni por qué hay que exigirle a un presidente extranjero que debe sentarse a la mesa de negociaciones para solucionar un problema únicamente generado por elementos y causas nacionales. Debe quedarnos muy claro que no es un poder foráneo lo que nos oprime y menoscaba nuestras libertades ni lo que nos sumergió en el Infierno. No nos hagamos los ingenuos.

Nuestra bronca es con el Usurpador, que nació y vive en Cuba. (That 's all ).

http://osvaldo-raya.blogspot.com/

lunes, 4 de mayo de 2009

LO QUE NO DICE LA PRENSA QUE VA PARA LA IZQUIERDA.

En esta Cumbre no ha quedado un medio noticioso que no le haya dedicado sus páginas principales a los discursos de Chávez, Correa, Evo, Ortega y hasta El mas sonado el de Raúl abriéndose incondicionalmente a USA, su enemigo.

Como que daba pavor y hasta algunos ya creyeron que la lucha por la democracia estaba perdida.

¡Y no!

¡Hoy Martinelli de Panamá y el pueblo de Panamá han dicho, NO!

Y esa prensa izquierdista tampoco dijo esto:

"ALGO HICIMOS MAL"

Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el presidente de los Estados Unidos de América, es para pedirle cosas o para reclamarle cosas. Casi siempre, es para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo.

No podemos olvidar que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos creara Harvard y William & Mary, que son las primeras universidades de ese país. No podemos olvidar que en este continente, como en el mundo entero, por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran más o menos iguales: todos eran pobres.

Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda… y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta. Ciertamente perdimos la oportunidad.

También hay una diferencia muy grande. Leyendo la historia de América Latina, comparada con la historia de Estados Unidos, uno comprende que Latinoamérica no tuvo un John Winthrop español, ni portugués, que viniera con la Biblia en su mano dispuesto a construir “una Ciudad sobre una Colina”, una ciudad que brillara, como fue la pretensión de los peregrinos que llegaron a Estados Unidos.

Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur, y hoy Singapur –en cuestión de 35 ó 40 años– es un país con $40.000 de ingreso anual por habitante. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos.

¿Qué hicimos mal? No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal. Para comenzar, tenemos una escolaridad de 7 años. Esa es la escolaridad promedio de América Latina y no es el caso de la mayoría de los países asiáticos. Ciertamente no es el caso de países como Estados Unidos y Canadá, con la mejor educación del mundo, similar a la de los europeos. De cada 10 estudiantes que ingresan a la secundaria en América Latina, en algunos países solo uno termina esa secundaria. Hay países que tienen una mortalidad infantil de 50 niños por cada mil, cuando el promedio en los países asiáticos más avanzados es de 8, 9 ó 10.

Nosotros tenemos países donde la carga tributaria es del 12% del producto interno bruto, y no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobremos dinero a la gente más rica de nuestros países. Nadie tiene la culpa de eso, excepto nosotros mismos.

En 1950, cada ciudadano norteamericano era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 ó 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra.

En mi intervención de esta mañana, me referí a un hecho que para mí es grotesco, y que lo único que demuestra es que el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un sistema de valores equivocado. Porque no puede ser que el mundo rico dedique 100.000 millones de dólares para aliviar la pobreza del 80% de la población del mundo –en un planeta que tiene 2.500 millones de seres humanos con un ingreso de $2 por día– y que gaste 13 veces más ($1.300.000.000.000) en armas y soldados.

Como lo dije esta mañana, no puede ser que América Latina se gaste $50.000 millones en armas y soldados. Yo me pregunto: ¿quién es el enemigo nuestro? El enemigo nuestro, presidente Correa, de esa desigualdad que usted apunta con mucha razón, es la falta de educación; es el analfabetismo; es que no gastamos en la salud de nuestro pueblo; que no creamos la infraestructura necesaria, los caminos, las carreteras, los puertos, los aeropuertos; que no estamos dedicando los recursos necesarios para detener la degradación del medio ambiente; es la desigualdad que tenemos, que realmente nos avergüenza; es producto, entre muchas cosas, por supuesto, de que no estamos educando a nuestros hijos y a nuestras hijas.

Uno va a una universidad latinoamericana y todavía parece que estamos en los sesenta, setenta u ochenta. Parece que se nos olvidó que el 9 de noviembre de 1989 pasó algo muy importante, al caer el Muro de Berlín, y que el mundo cambió. Tenemos que aceptar que este es un mundo distinto, y en eso francamente pienso que todos los académicos, que toda la gente de pensamiento, que todos los economistas, que todos los historiadores, casi que coinciden en que el siglo XXI es el siglo de los asiáticos, no de los latinoamericanos. Y yo, lamentablemente, coincido con ellos. Porque mientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los “ismos” (¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo...), los asiáticos encontraron un “ismo” muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo. Para solo citar un ejemplo, recordemos que cuando Deng Xiaoping visitó Singapur y Corea del Sur, después de haberse dado cuenta de que sus propios vecinos se estaban enriqueciendo de una manera muy acelerada, regresó a Pekín y dijo a los viejos camaradas maoístas que lo habían acompañado en la Larga Marcha: “Bueno, la verdad, queridos camaradas, es que a mi no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones”. Y si hubiera estado vivo Mao, se hubiera muerto de nuevo cuando dijo que “la verdad es que enriquecerse es glorioso”. Y mientras los chinos hacen esto, y desde el 79 a hoy crecen a un 11%, 12% o 13%, y han sacado a 300 millones de habitantes de la pobreza, nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías que tuvimos que haber enterrado hace mucho tiempo atrás.

La buena noticia es que esto lo logró Deng Xioping cuando tenía 74 años. Viendo alrededor, queridos Presidentes, no veo a nadie que esté cerca de los 74 años. Por eso solo les pido que no esperemos a cumplirlos para hacer los cambios que tenemos que hacer.

Muchas gracias.

OSCAR ARIAS

Presidente de Costa Rica.


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