sábado, 8 de enero de 2011

MARÍA ELENA - (ARTÍCULO)

Por: Iliana Curra

La conocí al llegar al correccional de la Prisión de “Manto Negro” ubicado en la Carretera del Guatao en La Habana. Parecía una niña. Era de baja estatura y delgada, casi al punto de la desnutrición. Llevaba varios años encarcelada cumpliendo una condena por un homicidio pasional, según me contó. Su voz, clara y potente, no concordaba con su tamaño, ni complexión física.

No recuerdo el momento exacto en que entablamos amistad. Solo recuerdo que tuvimos afinidades ideológicas que la convirtieron de inmediato en el correo más seguro para intercambiar cartas con las presas políticas del penal.

María Elena siempre estaba riendo, siempre un chiste a la mano para alegrar la vida de quienes estaban a su alrededor. Tenía un carácter alegre que a veces compartía con momentos de disgusto, porque disgustos nunca faltan en un lugar llamado prisión.

También leía la Biblia, pues se había convertido en una persona con mucha fe, que la mantenía viva y con grandes deseos de salir de la prisión. Tenía planes futuros, y estaba realmente arrepentida por la muerte de su novio, el mismo que un día espantoso matara en una discusión donde hubo violencia de ambas partes. No lo pensó dos veces y le disparó con un fusil AK-M que tenía tan cerca de ella como para no poder evitar la tragedia. Fueron sus últimos minutos como guardia de un batallón militar.

Casi al mes de encontrarme encerrada en el correccional ya había elaborado muchas denuncias sobre la situación en la cárcel de “Manto Negro”. Y justamente, el día que correspondía salir de pase a casi todo el correccional, sucedió algo que cambió para siempre mi destino y también el de María Elena.

Era la madrugada del 22 de diciembre de 1994. La noche anterior habíamos recopilado toda la información que saldría a la calle. María Elena sería la responsable de llevarla a la casa de una expresa política que recién había cumplido su condena. Recuerdo que se acercó a la ventana del albergue donde dormía y me llamó. Me dijo que le deseara suerte y se fue, pero necesariamente no sucedió lo que queríamos.

La realidad es que la estaban esperando. Alguna delación pudiera haber sido el fruto de una requisa completa de cuerpo, inesperada y violenta. Sentí sus gritos evitando que le quitaran los papeles. Me tiré de la litera y a una velocidad increíble llegué a la oficina donde dos guardias trataban de arrebatarle los papeles por la fuerza. Cuando intenté entrar, cerraron de un golpe la puerta de la oficina. Sin pensarlo dos veces, comencé a golpear, tanto la puerta, como los cristales de las ventanas. Les gritaba a las guardias que la soltaran y no la golpearan más. A mis gritos salieron las reclusas de sus albergues y también ellas empezaron a golpear la puerta y a gritarles por el abuso que estaban cometiendo.

Un carro jaula de la prisión llegó a la velocidad de un rayo y se parqueó en la misma entrada de la oficina, de él se bajaron varios guardias que empezaron a empujarnos y quitarnos del medio. Las reclusas corrieron a sus albergues y a mí alguien me agarró por el cuello y me entró a la fuerza a la oficina del “Oficial de Guardia”. Un oficial del penal de nombre Oscar me tenía contra la pared y me gritaba, entre otras cosas, “¡Violamos los derechos humanos y qué!”. “¡Denúnciame, que a mí eso no me importa!”.

Vi cómo se llevaban a María Elena en el carro jaula y gritaba con todas sus fuerzas: “¡Ustedes sí violan los derechos humanos!”. Casi cargada la montaron en el carro. Fue la última vez que la vi. A mí me llevaron para una celda de castigo del correccional para luego recibir la visita de un alto oficial de la Seguridad del Estado que me auguró un traslado bien lejos de La Habana. Su promesa fue cumplida luego de permanecer 39 días en una celda de castigo especial ubicada en un destacamento con reclusas infectadas de SIDA. A las dos nos revocaron la causa.

Estando en la celda de castigo de la prisión de “Manto Negro” pude enviarle una notica a María Elena donde le explicaba que estaba allí y que se cuidara mucho. Según supe, estaba en la enfermería del penal negándose a comer. María Elena estaba baja de peso y esa situación tuvo que haber empeorado su salud. En las condiciones en que me encontraba era muy difícil comunicarme, pues ese destacamento se hallaba en lo último del penal, aislado y con guardia permanente. Las reclusas tenían prohibido pasar, ni siquiera, por las afueras del destacamento. La orden era de que allí había castigada una CR, que significa “contrarrevolucionaria”. El calificativo lo decía todo.

Nunca más pude saber de María Elena. Mi traslado a Camagüey eliminó la posibilidad de comunicarnos. En octubre de 1995 fui trasladada provisionalmente desde Kilo-5 en Camagüey a “Manto Negro” porque me llevaron a ver a mi padre que había sido operado de cáncer. Me dejaron tres días en depósito en una celda de un lugar llamado “Guardarropía”, que es donde llevan a las presas que por primera vez llegan al penal. Para tenerme allí sacaron a todo el mundo y la orden fue que nadie podía pasar por la puerta. Un día escuché la voz de María Elena tratando de llegar al lugar, pero de inmediato fue detenida por un guardia que le dijo que tenía que retirarse. No pude verla. Tampoco supe ya jamás de ella.

Hace poco tiempo me encontré con alguien que la conoció. Él trabajaba como empleado civil en el matadero de ocas y me contó la forma en que ayudaba a María Elena a sacar las denuncias del correccional. Fue expulsado de su trabajo por la Seguridad del Estado, a pesar de ser un trabajador civil, y me dijo que María Elena había sido trasladada para una cárcel en Guantánamo.

Su labor como periodista independiente en la isla le hizo conocer, a través de otra persona, que una muchacha llamada María Elena González Rodríguez se había suicidado en una celda de castigo. Había sido encerrada desnuda, pero al amanecer, la encontraron ahorcada con una sábana. Su edad estaría alrededor de los 30 años.

No existe una confirmación real de este caso. Somos varias las personas que la conocimos que queremos tener la verdad. Primero que todo, porque no creemos en el suicidio de esta muchacha valiente en extremo que no consideraba la muerte como un escape a la dura realidad de una cárcel. Segundo, porque su fe religiosa era tan grande como su valor y sabemos que jamás tendría semejante final.

¿Suicidio o asesinato? Solamente Dios lo sabrá. También sus verdugos, los que algún día tendrán que sentarse en el banquillo de los acusados para responder por el crimen.

¿Vive actualmente? ¿Está en una de las tantas cárceles perdidas en la isla? La respuesta quedará en el viento. Son esos mismos vientos los que tendremos que cambiar para que, en Cuba, un día nada lejano, todo sea diferente

jueves, 6 de enero de 2011

Día de Los Reyes Magos.


Enero 6, 2011
Las carencias obligaron muy pronto a mi madre y a mi abuela a confesarme que los Reyes Magos no existían. El castrismo prohibió bastante temprano la idea de esos Reyes capitalistas que repartían juguetes a diestra y siniestra. No lo hicieron de un tajo, porque todavía recuerdo que en una ocasión mi abuela me llevó a una tienda donde había un hombre disfrazado de rey mago, y puedo recordar vagamente la vidriera de Flogart, y algunas otras vidrieras, la de La Época; aunque todo eso lo tengo bastante borroso. Total, que de buenas a primeras, el sistema para adquirir juguetes cambió radicalmente, se acabaron los Reyes Magos, y los tres barbudos se disolvieron en uno sólo. Otra ilusión muerta.

Mamá empezó a pasar noches haciendo cola para un teléfono público. La cola para poder conseguir una llamada desde aquel aparato negro triplicaba la vuelta a la manzana. El teléfono se hallaba situado bajo las arcadas frente al Parque Habana, en la calle Muralla, junto a mi escuela primaria (hoy Fondo de Bienes Culturales, luego pasaron mi escuela para la calle San Ignacio). Tampoco era fácil comunicar con el Centro desde donde se repartían los turnos que daban el derecho a comprar los juguetes del Día de Reyes, había que discar y discar, una y otra vez. A mi madre se le hinchaba el dedo de tanto meterlo en el disco descascarado. Tenía el derecho a veinte intentos, si en esos veinte intentos no lo conseguía debía volver al final de la cola, coger otro turno, dormir noches y madrugadas para que no le quitaran el puesto. A veces pagaba al de atrás de ella para que la dejara llamar hasta cincuenta veces. Todo eso sucedía tres meses antes o más, no recuerdo bien, al Día de Reyes, durante el castrismo, claro, y mientras hubo Día de Reyes.

Las madres debían dar el apellido del niño. A mí siempre me tocaba el último día, por lo de la V de Valdés, y entonces había que navegar con suerte para que en ese último día nos concedieran uno de los primeros números. Lo que nunca fue el caso. Entonces, año tras año, las opciones a las que pude acceder, eran las mismas, o casi…

Sólo teníamos derecho a tres juguetes por niño. El básico, el no básico, y el dirigido. El básico era el juguete más importante y caro, el no básico era el de menor importancia y menos caro, el dirigido era el impuesto por el gobierno, el que había que comprar obligatoriamente, y por supuesto, el más barato. Yo soñaba con una bicicleta y con patines, esos eran juguetes básicos, preferencialmente para varones. A las niñas nos tocaban juguetes “de niñas”, muñecas, juegos de tocadores, cocinitas, en ese orden… Cuando nos llegaba el turno de compra a mi madre y a mi ya sólo quedaban muñecas de las más baratuchas, juegos de tocadores plásticos (un espejo, un peine y un cepillo), y una cocinita de lata. Para el no básico sólo podía elegir entre el juego de parchís o el dominó, rara vez alcanzaba el de ajedrez. Y en el dirigido siempre escogía lo mismo: un juego de yaquis.

Aclaro que sólo se podía comprar en una tienda indicada por el gobierno. A nosotros nos dieron La Ferretería La Mina, junto a la casa, pero como era un lugar perdido en La Habana Vieja, los peores juguetes llegaban a esa tienda.
Una vez me tocó una muñeca española, de las que mandó el dictador Franco, para congraciarse con Castro. En otra ocasión mi madre compró el derecho a un juguete básico a la madre de Los Muchos, que no tenía dinero para gastárselo en juguetes, o se lo cambiaba por comida. En esa época debía elegir entre desayunar con leche condensada o tener una bicicleta. Por fin la tuve, me costó no sé cuántos, infinidad de desayunos, porque mi madre sacrificó la cuota de latas de leches condensada de varios meses para que la madre de Los Muchos le diera el derecho al juguete básico de uno de sus hijos. Así logré hacerme de la bicicleta, era azul y blanca, y todavía hoy sueño con ella. Con esa bicicleta recorrí La Habana Vieja completa. Incluso cuando me perdía la gente me localizaba por la bicicleta azul y blanca. Mi madre preguntaba de calle en calle: “¿No han visto a una chiquita menudita ella montada en una bicicleta blanca y azul?” Lo mismo hacían mi abuela y mi tía, cada una por su lado. Las respuestas eran siempre las mismas: “Pasó por aquí como una salación en dirección a Egido”. Egido era mi límite.

La bicicleta me fue quedando chiquita, y se fue poniendo mohosa, herrumbrosa, y entonces la heredó Pepito Landa Lora. Su padre la volvió a pintar y a engrasar. Y mi madre volvió a sacrificar otras cuotas de comida para que yo tuviera los patines. Tuve aquellos patines rusos que pesaban una enormidad, y cuando se les fastidió la caja de bolas, Cheo me construyó una chivichana, y luego una carriola, cuando la chivichana se partió en dos.

Maritza Landa Lora y yo cogimos vicio de parchís y de yaquis, con los yaquis éramos unas expertas. Armamos competencias de barrio donde nadie podía ganarnos porque tirábamos la pelota altísimo y hacíamos unas figuras y maniobras estelares con las manos, parecíamos más bien malabaristas.

De más está contarles –muchos de ustedes habrán pasado por lo mismo- que los cambalaches y el mercado negro de juguetes se acentuó a unos niveles grotescos. Entonces cambiaron el sistema por unos bombos a los que había que asistir masivamente, y los papelitos dando vueltas dentro de aquel aparato, eran repartidos al azar. Aunque el azar también se negociaba. A nosotros nos tocó el bombo de la iglesia del Parque Cristo, pero ese día mi madre se había hecho Testigo de Jehová y no quería renunciar al teque de la que la había reclutado en eso, por ir a lo del maldito bombo. A mí me dio una especie de perreta, porque se trataba de mis últimos Reyes, o sea ya con catorce años nadie tenía más derecho a los juguetes. Y mi madre sacó el palo de trapear y me hizo ver las estrellas y los luceros del universo. La Testigo de Jehová ni se inmutó, por eso no creo en ellos ni en ninguno. Hasta que a mi madre se le pasaron los tragos y dejó de ser testigo de Jehová para pertenecer a otra secta, creo que la de Adventista del Séptimo Día; ella cambiaba de religión en dependencia de cómo le dieran los tragos mezclados con el Meprobamato. Total, que para mis últimos Reyes me tocaron los peores juguetes, que ya de por sí todos eran malos, porque para la época ya apenas llegaban juguetes de España ni de ninguna parte del mundo: Un juego de tocador, un dominó, y una muñequita plástica negra, que mi madre sentó en el sofá, o sea, la puso de adorno, y la que yo encontraba horrenda hasta que fui encariñándome con ella.

Después se acabaron los Juguetes del 6 de enero, también el concepto de Reyes Magos se había extinguido desde hacía ratón y queso; lo sustituyeron por dos eventos: los Planes de la Calle, aquellas recholatas festivas e ideológicas entre pioneros comunistas, y por el Día de los Niños, el 6 de julio, lo que lo aproximaba al día escogido por Castro para el Asalto al Cuartel Moncada, un 26 de julio, fecha intocable en la Cuba de los Castro.

En Francia no se celebra el Día de Reyes, pero yo siempre, además de los regalos que mi hija ha recibido le Jour de Noël, le dejo un regalo junto al árbol, que no lo quitamos hasta el día 7 de enero. Ella creyó en Père Noël y en los Reyes Magos hasta que ya no hubo más remedio, porque advirtió de que Père Noël tenía los mismos pies que su padre. Así fue como lo descubrió. A las doce de la noche, Ricardo siempre aparentaba que tenía una llamada urgente, o que debía salir a buscar algo en particular. Se disfrazaba detrás de la puerta, y entraba transformado en Père Noël. Pero en una ocasión, la última, ya la niña tenía 10 años, se le olvidó cambiarse los zapatos, y ella señalaba para los pies de Père Noël, entonces empezó a preguntar por su padre y a mirarnos, y todos nos empezamos a reír carcajadas… incluso ella, puesto que ya en la escuela sus otros amiguitos le habían adelantado algo de que Pêre Noël eran los padres…

Aquella muñequita negra de mis últimos Reyes se quedó en Cuba, pero hace muy pocos años, mi amiga Enaida Unzueta, me dio la sorpresa de regalarme una igualita. Ella también había tenido la misma. Y seguro que muchos de ustedes también.

¡Feliz Día de los Reyes Magos, y que te merezcan y reciban muchos regalos!
Zoé Valdés.

miércoles, 5 de enero de 2011

EL SUEÑO PERDIDO DE LA INFANCIA CUBANA - (ARTÍCULO)


EL SUEÑO PERDIDO DE LA INFANCIA CUBANA - (ARTÍCULO)

Por: Iliana Curra

Cuando era una niña conocí que existían unos señores barbudos llamados Melchor, Gaspar y Baltazar que, montados en camellos, traían juguetes en sus bolsas a todos los niños, y que en otros países lejanos entraban por las chimeneas, o de lo contrario, se convertían en... hormiguitas y entraban por debajo de la puerta. Luego se agrandaban y de sus bolsas sacaban los juguetes que anteriormente le pedíamos en las carticas que se ponían en los arbolitos de Navidad. Ellos llenaban nuestros sueños y expectativas infantiles. Paralelamente a esto, nos adoctrinaban en las aulas escolares con clases de odio contra los “yanquis” que –según nos explicaban muy seriamente- no querían a los niños, y nos imponían a un Martí moncadista y revolucionario con matices marxistas.
Nos robaron el sueño de la niñez que nunca se recupera. Nos tiraron un cubo de agua congelada al rostro para hacernos entender que los sueños no existían. Nos quedamos sin sueños y dejamos de creer en esos viejos barbudos y gordos que íban en camellos por ahí.

Crecimos en un mundo surrealista y lleno de odio contra la humanidad. En los matutinos escolares marchábamos hasta que nos dolieran los pies, sin contar los huecos que tenían los zapatos ya gastados por el uso, y las medias eran confeccionadas de retazos de telas, porque en las tiendas no había esas cosas, que por supuesto, no eran tan importantes. Peor estaban nuestros primos en el “norte revuelto y brutal” que envíaban fotos con el carro del vecino y ropas prestadas. Peor estaban esos niños latinoamericanos que el Ché había ido a salvar del yugo imperialista. Por eso cuando creciéramos, teníamos que ser como el Ché, una consigna que jamás podíamos olvidar.

Pero la verdad se impone, y al crecer, nos dimos cuenta que, además de nuestros sueños de niños, nos habían robado nuestra libertad un primero de enero de 1959, cuando ni siquiera habíamos nacido. Supimos que más allá de la ostra donde nos tenían, existía un mundo abierto y lleno de tonalidades. Existían niños que soñaban y otros que habían logrado sus sueños. Supimos que Melchor, Gaspar y Baltazar continuaban su incansable andar encima de sus camellos por todas partes de la tierra cuando ya lo creíamos muertos, y que ellos habían surgido cuando un niño llamado Jesús nació un 25 de diciembre en un humilde pesebre hace muchísimos años.
Supimos de la historia de Cuba que nos habían negado, de los presos plantados que cumplían largas condenas bajo las condiciones más inhumanas que han existido. Conocimos historias contadas por sus propios protagonistas de toda la barbarie que habían vivido. Fueron tantas las cosas que pudimos conocer, que nos dimos cuenta que habíamos vivido en un limbo absurdo y nos preguntamos, ¿cómo fue posible?

Pero ya nos habían robado nuestra infancia y nunca más la tendremos. Nos robaron los sueños ingenuos que no dañaban a nadie. Nos negaron a un Dios que existió y que luego nos protegió. Carecíamos de fe, que es como carecer de vida.

Ahora que sabemos que existen verdaderamente los Reyes Magos, o llámese Santa Claus, los esperaremos nuevamente, para con nuestros hijos, disfrutar de sus sueños y fantasías de niños, ¿y por qué no?: sentirnos como niños por primera vez, soñar por primera vez, y vivir libres por primera vez en la vida.


martes, 4 de enero de 2011

REFRESCOS EN EL RECUERDO EN LA CUBA DE HOY

HOY:


FOTOS REALES DE CUBA: 
Como los cubanos se pelean por un poco de refresco, en Cuba.

Vea como los cubano
Fotos de una pipa de refresco en Bayamo
s se pelean por Vea como los cubanos se
Aqui esta el socialismo:

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O CAMBIAMOS DE SISTEMA PARA EL CAPITALISMO Y LA DEMOCRACIA O NO TENDREMOS REFRESCOS NI EN EL PROXIMO SIGLO.

 SI?

lunes, 3 de enero de 2011

REFRESCOS EN EL RECUERDO

Desde Cuba Humor

La página de PONG



Yo recuerdo que en Cuba antes del 1959 y hasta un poco después habían un surtido de marcas de refrescos enorme, recuerdo ( mi padre tenía una bodega en la esq. de San Leonardo y Flores, en Santos Súarez ) que a veces me ponían a llenar el refrigerador comercial de 4 puertas con cervezas y refrescos, voy a hacer un ejercicio de memoria y me gustaría que Uds, completaran la lista sin se me pasa alguna marca:

Importados ( Pero muchos con plantas envasadoras y embotelladoras en Cuba )

- Coca Cola

- Pepsi Cola

- Royal Crown Cola

- Canada Dry y sus diferentes sabores

- Green Sport

- Dr, Pepper

- Ginger Ale

- Orange Crush

- Seven Up
- Champaigne Sport

Nacionales

- Materva

- Salutaris

Jupiña

- Piña Lanio

- Cawy y sus sabores

- Ironbeer

- Nao Capitana ( Chocolate )
- La Bella Matancera ( Matanzas )
- Nehi
- Cocorico
- Quinabeer

Pru Oriental ( Solo en Oriente y no se envasaba )

Existían además las fuentes de sodas, que en muchas cafeterías te servían un refresco hecho con sirope del sabor elegido, generalmente eran 3, fresa, naranja y mantecado, en un vaso con hielo frapee, vertían una buena parte de sirope y rellenaban con agua efervecente o natural, revolvían y a disfrutar, lo que más gustaba era ver el proceso de la preparación, en vivo, lo mismo que el guarapo de caña, que en muchos lugares si lo pedías le agregaban una rodaja de limón que le venía muy bien, y evitaba que se tornara "prieto" el jugo de caña, dulcísimo, un vaso enorme con mucho hielo. Costaba 5 centavos el guarapo y 8 centavos el refresco de la fuente de soda. Todos los refrescos embotellados costaban 5 centavos y un centavo extra si te lo llevabas, pero te pagaban el centavo por el envase vacio, o de lo contrario se lo cambiabas al pirulero por melcocha o pirulí, cuando pasaba por el barrio con su carretón lleno de botellas vacias.


¿ Alguien recuerda más?

MII HABANA IMPURA Por: Iliana Curra


Quisiera idealizarla en mi mente como muchos otros, pero no puedo. La recuerdo siempre sucia. Sus calles, apenas barridas con escobillones maltrechos, mantenían el polvo de días. Más bien, de años.

La Habana radiante y alumbrada de otros tiempos, ya nunca más lo fue. Ni siquiera la recuerdo. Me tocó nacer cuando sus luces se apagaban aceleradamente. Empezaba el desbarajuste de un sistema que todo lo destruye. ¡Hasta los sueños!

Caminar por sus calles, a veces largas, estrechas y malolientes, no era necesariamente mi orgullo nacional. Sus olores desprendidos de viejos latones de basura eran parte de una vida ya cotidiana a fuerza de una suciedad permanente. Edificios desgastados que morían a diario porque nunca recibieron, ni siquiera, unos brochazos de cal para mantenerlos arreglados y limpios. Ellos no entraban en los planes quinquenales de los procedimientos comunistas de una revolución que todavía hace gritar a sus seguidores: “Venceremos”.

Y es que, indudablemente, jamás han vencido. Perdieron desde el mismo momento en que decidieron imponerse por la violencia y mantenerse por la represión. Y La Habana, esa bella ciudad perdida en el tiempo y en la oscuridad de sus apagones planificados, perdió el brillo natural para convertirse en algo más que una sombra.

Vertederos de basuras por cualquier esquina eran parte de la decoración revolucionaria. Carteles con lemas y consignas adornaban cada lugar como para perfeccionar el ornato público de una ciudad donde su gente, agitada e inquieta por buscar el pan diario de cada día, apenas se preocupaba por la fetidez permanente.

Mi Habana, surrealista y sugestiva. Deslucida y ensombrecida, ya no era la Habana que otros vivieron. Son ellos quienes la idealizan y la perpetúan intacta, cual reliquia de un pasado que jamás volverá. Mi Habana no es más que un espectro aparecido en los sueños de quienes aún la quieren tal y como la dejaron. Los que creen que, al regresar, la encontraran incólume y erguida como si el tiempo se hubiera detenido por casi cinco décadas.

Ella estará, sí, tratando de levantarse de sus propias ruinas provocada por una cosa que llamaron revolución nacionalista, pero que no fue más que una autocracia empañada de matices rusos, checos y alemanes llamados democráticos. Envejecida por el sufrimiento y la desesperanza acecha el futuro con desconfianza y temor. No quisiera, tampoco pudiera, comenzar desde el principio, cuando fue secuestrada por barbudos montados en tanques de guerra y crucifijos en sus pechos seguidos de enardecidos pobladores embriagados de un triunfalismo fatal. Una sucesión de esa etapa sería su ineludible muerte. No lo soportaría.

Así está mi Habana. Impura y desesperada. Casi implorando que cambie todo para evitar su expiración. Como si cada minuto que pasa fuera una molécula de oxígeno que derrocha. Agoniza. Se extingue en la penumbra de sus interrupciones eléctricas por desgastes perennes de un sistema que no funciona. Nunca ha funcionado. Su gente, antes alegre y bulliciosa, hoy vive en incertidumbre propia de los que carecen de la ilusión necesaria. Una gran mayoría, arrastrados por el alcoholismo y los desenfrenos típicos de los que viven sin mañana, apenas pueden con sus angustias. Otros se lanzan a las profundas aguas de un mar que no se compadece y se los lleva para siempre. Otros, quizás más convencidos de su responsabilidad, padecen indebidos encierros sufriendo el atropello perenne de su dignidad. Otra parte resiste los embates de la represión en sus calles, donde el terror se impone porque es parte de la cuota no racionada de un régimen que todo lo controla.

Pero ahí sigue mi Habana, tambaleante y destartalada. Enmohecida y triste, como esperando algún día ver la luz más allá de esas sombras que ahora la envuelven. Quizás sabe, que a pesar de todo, habrá un amanecer. Será en ese entonces que ya no existirán más discursos de verde olivo, ni histéricas arengas incitando al linchamiento de quienes se oponen al terrorismo de estado. Ni protección gubernamental al ultraje. Ni sangre derramada en los paredones de fusilamiento.

Será justamente en ese momento que se enaltezca, sus vicios desagüen al mar y surja nuevamente La Habana. Sin piratas, ni corsarios, ni barbudos rebeldes. Sin fiscales ávidos de sangre, ni intervencionistas despiadados y fríos. Sin internacionalismo proletario, ni tropas injerencistas. Sin jineteras, ni extranjeros depravados, sin niños mendigos, ni pioneros comunistas. Sin refugiados políticos, sin exilio. Sin muertes en otras tierras. Esa será mi Habana. La que idealizo más allá de las liviandades actuales. Más allá de todo lo sucio que pueda haber. Más allá de la salida sin regreso.

domingo, 2 de enero de 2011

EL DRAMA CUBANO: CINCUENTA Y DOS AÑOS MÁS TARDE


Angélica Mora
Florida
Apuntes de una Periodista

Al iniciar el Nuevo Año, quisiera abarcar los dramas de Venezuela y Cuba juntos, pero me salta al pensamiento uno solo por el momento, el de los cubanos, donde hace 52 años se inició todo.

La falta de libertad, pobreza y persecución que hoy vive la Isla se originaron el primero de enero de 1959, cuando nadie pudo pensar que bajaba la catástrofe desde la Sierra Maestra.

El plan de adueñarse de Cuba estaba ya desde hacía tiempo incubado en la mente del Líder Barbudo y lo escondía en frases como "Esta Revolución es verde como las Palmas", cuando daltónicamente la tenía presente, comunista. Roja como la sangre, de los compatriotas que ordenó fusilar , a los pocos meses de tener -en forma total- el poder en sus manos.

El pueblo cubano nunca soñó que ese Primero de Enero, en vez de ser el principio de algo nuevo y beneficioso iba a ser la sepultura de las libertades -una por una- y un pauperismo a la altura de los últimos países del mundo.

El pueblo cubano no imaginó la vergüenza de una nación limosneando siempre subsidios, pero con un gobierno arrogante y belicoso con todo lo que ofreciera peligro -dentro y fuera- para continuar aferrado al poder por más de medio siglo.

Aquel despertar del año de 1959 fue el inicio de un drama cuyo fin todavía se tiene que crear.

Todos los capítulos están escritos e incluso hay un esbozo del último que tiene el aterrador subtítulo de:
"O RECTIFICAMOS O NOS HUNDIMOS"
(Raúl Castro)

¿Qué siente el cubano frente a las esperanzas rotas de 52 años y este encuentro de nuevo en el principio del camino?
¿ Y qué dicen las nuevas generaciones? ¿Quieren correr la misma suerte que sus padres y abuelos y mirarse las manos flacas y vacías cuando haya pasado este nuevo año?

Por todo lo señalado esta vez le corresponde al cubano de a pie decidir.
Está en el pueblo de Cuba terminar de escribir su historia, que bien podría finalizar este 2011, cuando se venza por fin, la paciencia de todos.

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