lunes, 4 de octubre de 2010

El Caballero de París






El Caballero de París era una persona callejera bien conocida en La Habana por los años de 1950. Era de mediana estatura, menos de 6 pies. Tenía el pelo desaliñado, castaño oscuro, con algunas canas y lucía barba. Sus uñas eran largas y retorcidas por no haberse cortado en muchos años. Siempre se vestía de negro, con una capa también negra, incluso en el calor del verano. Siempre cargaba un cartapacio de papeles y una bolsa donde llevaba sus pertenencias.

Era un hombre gentil que podia aparecer en cualquier lugar en el momento más inesperado, aunque visitaba muchos lugares regularmente. Se paseaba por las calles y viajaba en las “guaguas” (autobuses) de toda La Habana, saludando a todo el mundo y discutiendo la filosofía de su vida, la religión, la política y los eventos del día con todo el que atravesaba su camino. Frecuentemente se encontraba en el Paseo del Prado, en la Avenida del Puerto, en un parque cerca de la “Plaza de Armas”; cerca de la Iglesia de Paula; y en el Parque Central, donde algunas veces dormía en uno de los bancos; por la calle Muralla; cerca de Infanta y San Lázaro; y en la esquina de 12 y 23 en el Vedado. También lo recuerdo caminando por el parque del centro de la Quinta Avenida en Miramar, donde solía estar por las tardes.

Era un hablador educado y fluente. Muchos recuerdan las veces que charlaban con él. Nunca pedía limosnas ni decía malas palabras. Sólo aceptaba dinero de las personas que el conocía, a las que a su vez daba un obsequio, que podia ser una tarjeta coloreada por el o un cabo de pluma o lápiz entizado con hilos de diferentes colores, un sacapuntas, u objeto similar. Frecuentemente le daba cambio a aquellos que le daban dinero. Aunque los niños inicialmente le tenían miedo por su apariencia, pronto perdian el miedo y charlaban con el. Todos, tanto adultos como niños, le hablaban con mucho respeto.

Era el Caballero de París. Por ese título, más que nombre, lo conocíamos, aunque no era de París: era de España, según las versiones que corrían. Evidentemente cursó estudios que incluían latín y francés, lo que sugiere cierta posición económica. Personas que lo habrían conocido en España, lo daban por el elegante y bien parecido heredero de una gran fortuna, cuya mente se habría extraviado por la temprana pérdida de su amada, arrebatada por la tisis. Otras, donde decía tisis, pusieron decepción amorosa. Para otras fue un conde que tras repartir tierras y fortuna entre sus aparceros, salió a pagar una promesa que le hiciera a la Virgen si le salvaba a la madre. Alguien lo dio como hijo secreto del rey Alfonso xiii y una corista del Principal, que a punto de ordenarse sacerdote descubrió un nuevo modo de predicar y vivir cristianamente. Y no faltó el que aseguró que era simplemente un infeliz con delirios de grandeza llegado a La Habana en los años veinte.


Versiones hay que lo emparentan con don Rodrigo Díaz de Vivar, pero ninguna de ellas ha sido aceptada. La leyenda, siempre más interesante que la historia real, además de más duradera, pone a salvo al Caballero de París de ser el triste, pobre hombre común que vivió una sola vida, que tuvo un solo pasado. Como todo ser legendario, él vivió por nosotros todas las vidas que a nosotros nos gustaría haber vivido. Y además del don de la ubicuidad, se sabe que poseyó poderes que no podrían revelarse sin poner en peligro el futuro. Con razón, el Caballero de París es la poesía de La Habana. Y también su memoria.

Tomado de Letras Libres

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