por Esteban Fernández
No sé exactamente cual es la edad en que el niñito cubano pasa de la compota y el seno de su madre a comer en un plato, pero es en ese preciso momento cuando escuchamos por primera vez decir: "¡Cómaselo todo, no vaya a dejar nada en el plato!".
Después escuchamos esa frase miles de veces. Es una especie de adoctrinamiento. Las madres cubanas insisten hasta la saciedad en servirnos bastante comida y en no permitir que dejemos sobras en el plato.
Cuando la madre cubana se da cuenta que "ya nos llenamos" y que existe la posibilidad de que dejemos comida en el plato entonces acude al "truco del avioncito". Es en ese instante en que ella coge la cuchara, la llena de comida, y comienza a decirnos: "Mira, aquí viene el avioncito, aquí viene tú tío Carlos, aquí viene tú prima María Mercedes" y nos mete a la cañona la cucharita en la boca.
Y protestamos: "¿Qué se cree mi mamá que mi boca es el aeropuerto José Martí de Rancho Boyeros?", pero esto nos crea un trauma y llegamos a pensar firmemente que es un PECADO dejar residuos de alimentos en el plato.
Tampoco recuerdo cuando es que llegamos a la plena conclusión de que uno de los DERECHOS HUMANOS es "dejar de comer cuando nos de la gana" y dejar en el plato lo que nos de la realísima gana de dejar.
Y la bola pica y se extiende porque al casarnos la esposa cubana se mantiene firme en esa tradición y sube la parada considerando que su niñito y su marido cometen un crimen dejando cuatro bocados en el plato de una comida que ella tanto sufrió haciéndola.
Además del "avioncito", las cubanas tienen otros aliados: Los muchachitos que pasan hambre en África. Y ya, desde la primera mueca que le hacemos a la comida, la madre cubana nos pregunta: "Chico ¿tú no sabes que los niños en El Congo están pasando hambre mientras tú estás despreciando la comida?".
Aquí no son solamente las esposas cubanas las que mantienen viva esa creencia, sino que también cooperan mucho LOS DUEÑOS DE LOS RESTAURANTES CUBANOS.
Usted puede ir a una pizzería, pedir una "large pizza", no tocarla, dejarla ahí, llamar al camarero, pagarla e irse y nadie le dice nada. Usted puede ir a un restaurante mexicano, pedir 17 burritos, pagarlos y dejarlos tirados en la bandeja y nadie le dice nada.
Sin embargo, usted va a un restaurante cubano, pide un bisté de palomilla con papitas fritas, se come la mitad del bistéc y 34 papitas fritas, y el resto no desea comérselo, pero parece que el dueño ya le ha avisado al camarero que le informe de ese tipo de "anomalías" porque antes de usted querer pagar, desde que pide la cuenta, se le acerca, se pone las manos en la cintura, y nos pregunta: "¿Qué pasó, chico, no te gustó la comida?"...
Ahí uno tiene que ponerse a darle 20 excusas: "No, chico, lo que pasa es que ya me llené". Y el dueño no acepta: "No, no chico, cómetelo todo". Y nos entra el terror de imaginar que en cualquier momento el propietario del restaurante cubano va a coger el tenedor y nos va a decir: "¡Mira, aquí viene el avioncito, chico cómetelo todo!"...
Nunca olvidaré que hace 35 años un día pedí un arroz frito en el restaurante Peking de Miami (8 y la 8 del S.W.) y sólo me comí cuatro cucharadas y lo dejé. Y de pronto uno de los encargados, Federico, cogió tremendo berrinche mientras me decía: "¡Chico, tú mamá nunca te enseñó que uno debe comerse todo lo que le sirven!"...
Fue mi hija Ana Julia, cuando tenía siete años, quien me dio la solución del problema. Me dijo: "Papi, después que mami termine de cocinar, separa la mitad, móntala en el avioncito y envíasela a los niños que tienen hambre en África"...
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