Pongamos el punto: Lo que está dividido es la nación cubana. No el exilio. El exilio es ‒¡gracias a Dios!‒, como cualquier otro grupo humano inteligente, muy heterogéneo. Y eso no es problema. Siendo así, no perdamos la perspectiva ni tanto tiempo en esa autocrítica constante que tan sólo sirve para que alguien, camuflado en carita refrescante y renovadora, haga al fin ese sucio trabajo al servicio ‒ya no muy inteligente‒ de la Inteligencia Cubana y convoque a la unidad del exilio cubano y al entendimiento entre viejos y jóvenes: ¡Ojo con eso!
Ya veo que van dando tumbos, como desesperados, los castristas, allá en La Habana, en las oficinas de Línea y A; a ver cómo hacen para ocupar nuestros espacios y nuestras plazas aquí en Miami ‒¡e, incluso, nuestro Versailles!‒ y se los puede imaginar muy deseosos de agrupar, malintencionadamente, bajo un unitario ‒pero oscuro‒ manto, a muchos buenos cubanos de la diáspora confundidos y avergonzados de la supuesta desunión. Hasta hay quienes andan proclamando a toda voz ‒o a toda internet‒ lo urgidos que debemos estar los exiliados de lograr cambios en la presunta mala imagen del exilio ‒como si alguna vez algún refugiado político de cualquier país ‒o luchador por la libertad‒, a lo largo de la historia del mundo, quisiese lucirle bien a su enemigo o como si fuesen bonitas la claudicación y el repliegue.
¡Cuidado, cuidadito, eh, y que no vayan a crecerle demasiado las alas a esos que arguyen por ahí la necesidad de nuevas caras y nuevas estrategias que atraigan a la mocedad de los cubano-miamenses! Es que todo esto ‒lo de hacer atractiva entre las juventudes la causa cubana‒ me hace recordar el estilo decadente ‒o las tácticas cantinflescas‒ de Robertico Robaina, cuando era el secretario general de la U.J.C. (Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba). Me acuerdo que, por aquellos días de Robertico, el gobierno pretendía hacer más atractivo su discurso revolucionario y, de paso, asegurarse de que los jóvenes olvidasen el hambre y los insoportables apagones; para lo cual la U.J.C. hasta llegó a interrumpir muchas clases en las escuelas secundarias y preuniversitarias; con tal de que la muchachada participase de un gran tinglado de consignas y bailes, con globos y matracas, en medio de una plaza o de un parque. Y todo muy animado con la lambada o la música de la Charanga Habanera.
¡Huy… huy… huy!: ¿Megáfonos, en Miami, con la Charanga Habanera; para atraer a los jóvenes? ¿Tan estúpida es la juventud cubana del exilio y tan poco patriótica? Yo sé de muchísimos jóvenes ‒casi todos los que conozco y con los que me relaciono todos los días‒ que no precisan escuchar la flauta de Hamelin para conminarlos a luchar por Cuba. Creo que so pretexto de exaltarla y darle un papel preponderante en el exilio, ofenden a nuestra juventud; a la que sí no hay que convencer ‒porque ya está firmemente convencida‒ de la urgencia de liberar a Cuba. ¡Entonces, ahora, que cambie la estratagema la trasnochada KGB cubana; porque el tiro le ha salido por la culata! (Quizá van a tener que enviar a la Florida agentes mejor entrenados y mejor pagados). ¡Ah… y a otros con el cuentito de que Castro traicionó la Revolución y que por acá debemos ser algo así como los verdaderos revolucionarios! ¡Que convenzan a su abuela! Yo no soy ‒ningún otro patriota querrá serlo‒ un revolucionario sino un restaurador.
No, no son tan inteligentes los de la Inteligencia Cubana. Ni somos tan tontos por acá. Ni yo soy el único que está sobre aviso acerca de este tema.
Y que quede claro ‒clarito‒: que el exilio no es quien tiene que cambiar sino la sociedad cubana allá en la isla. Y es que sólo una fecha de vencimiento tendrá nuestro ardiente deseo de ver a Cuba libre; por lo que no hay nada envejecido aquí, en el exilio, ni nada que cambiar y sí muchísimo para conservar o restaurar, como lo son la pasión y el patriotismo y esa rabia sagrada que tanto atacan nuestros detractores pero no es otra que aquella misma que mantuvieron invariablemente, sin acomplejarse por ella y sin pretender modernizarla o refrescarla, los guerreros independentistas en el siglo XIX.
Sépase, además, por todo ello, que ninguna generación de auténticos exiliados está en conflicto con la otra y que los viejos no están en contra de los nuevos. Es que… ¿para quiénes lucharon en su tiempo y siguen luchando, aún con sus setenta y ochenta años, sino para la juventud, para los hombres del mañana? ¿Para quién es la Cuba nueva que soñamos sino para los nuevos cubanos? ¿Qué otro sentido tienen nuestras rabietas de hombres heridos en el cuerpo y en el alma sino el deseo de que las nuevas generaciones disfruten de la libertad? Yo mismo no la quiero para mí, que voy por los cincuentitantos; porque ya tengo vida aquí y no tengo demasiadas fuerzas como para reubicarme y reinstalarme nuevamente. Tampoco sé yo que ningún señor del primer exilio cubano ‒del que un grupo de ingratos se mofa de su ganado titulo de historico y al que llamaintolerantes y desfasados‒ quiera la libertad de Cuba para sí o para, una vez destronado el tirano, ir con esta mucha edad a recuperar la casa destartalada y mustia de La Habana ni a reconstruir una vida que tienen más que consolidada aquí, cerca de la calle ocho, en su querido Miami. Todos ellos bien habrían podido desentenderse de la lucha cubana y disfrutar de las comodidades y beneficios que consiguieron con mucho esfuerzo en tierra extraña y, sin embargo, encabezan la lista de los más esforzados y ejemplares luchadores.
Empero ‒y sonrío con sorna‒ he oído ya, en estos días y por estos lares ‒o he leído en algún blog‒, cierto discursito predeterminado, como de agentito al que no le completaron el entrenamiento ni la paga, pedir la colaboración y, sutilmente ‒pero no muy sutil‒, la contrición de nuestros mayores. Y lo peor no es el discurso sino los incautos que lo aplauden. Pero ¡habráse visto cosa igual!: ¡Dios mío… qué falta de respeto! Más bien los más jóvenes deberían pedir a los más viejos que no, que no cambien, que mantengan esa nobleza y esa solidaridad con los que sufren en la isla y afinquen aún más ese evidente amor y esa consideración con los más jóvenes y esa compasión y entrega. Es que todos sabemos que, a la larga, es la juventud ‒más que nadie‒ la que acaso podrá disfrutar, a plenitud, de una sociedad mejor. Más bien los de todas las generaciones deberían honrar y bendecir, con profundo agradecimiento y con el respeto que merecen, a esos veteranos que todavía no han tirado la toalla en esta guerra de más de cincuenta años.
Entonces… ¡que no jodan más con la cantaleta de que hay que unir al exilio y de que hay que cambiarlo! No perdamos ‒como ya dije‒ la perspectiva, que no se nos vaya el patín aceptando excesivamente las críticas o pasándonos de autocríticos. Tengamos en cuenta que, al revés y al derecho ‒comoquiera que lo pongan‒, quien tiene que cambiar o rejuvenecerse no es el exilio ni es la unidad una táctica de lucha sino el propósito de la lucha. E insisto ‒porque urge insistir‒ en que desde hace mucho tiempo ‒y todavía‒ el exilio histórico y todos los exilios somos fervientes colaboradores de la juventud y que es precisamente para ella para quien trabajamos por la libertad y la democracia.
Y si a alguien se le olvidó; pues que recuerde que lo que divide a los cubanos en los de allá ylos de acá es el tirano y que ésta es ‒y no otra‒ la única división de la que debemos preocuparnos, tal vez ‒y acaso‒ podemos reclamar o sugerir mayor coordinación entre todas las organizaciones de exiliados para llevar a cabo acciones o actividades conjuntas; perocoordinación no es homogeneidad sino respeto de nuestras hermosas y válidas heterogeneidades. En tanto, recordemos siempre que, como fue el tirano el que dividió a los cubanos, debemos emprenderla contra el tirano ‒si es que de veras nos interesa la unidad. La lucha por la libertad no es otra cosa que una lucha por la unidad definitiva de nuestro pueblo. Y dígase bien y afírmese mil veces que lo que nos divide no es la heterogeneidad de nuestras opiniones ni las fantasmagóricas diferencias entre una generación de cubanos y la otra sino la tiranía comunista. Y repito: no se trata de luchar con unidad sino por la unidad. Unirnos es el fin y no la vía. Sólo la libertad unirá a los cubanos. Enfoquémonos en ella. Ese es el punto.