El Caballero de París era una persona callejera bien conocida en La Habana por los años de 1950. Era de mediana estatura, menos de 6 pies. Tenía el pelo desaliñado, castaño oscuro, con algunas canas y lucía barba. Sus uñas eran largas y retorcidas por no haberse cortado en muchos años. Siempre se vestía de negro, con una capa también negra, incluso en el calor del verano. Siempre cargaba un cartapacio de papeles y una bolsa donde llevaba sus pertenencias.
Era un hombre gentil que podia aparecer en cualquier lugar en el momento más inesperado, aunque visitaba muchos lugares regularmente. Se paseaba por las calles y viajaba en las “guaguas” (autobuses) de toda La Habana, saludando a todo el mundo y discutiendo la filosofía de su vida, la religión, la política y los eventos del día con todo el que atravesaba su camino. Frecuentemente se encontraba en el Paseo del Prado, en la Avenida del Puerto, en un parque cerca de la “Plaza de Armas”; cerca de la Iglesia de Paula; y en el Parque Central, donde algunas veces dormía en uno de los bancos; por la calle Muralla; cerca de Infanta y San Lázaro; y en la esquina de 12 y 23 en el Vedado. También lo recuerdo caminando por el parque del centro de la Quinta Avenida en Miramar, donde solía estar por las tardes.
Era un hablador educado y fluente. Muchos recuerdan las veces que charlaban con él. Nunca pedía limosnas ni decía malas palabras. Sólo aceptaba dinero de las personas que el conocía, a las que a su vez daba un obsequio, que podia ser una tarjeta coloreada por el o un cabo de pluma o lápiz entizado con hilos de diferentes colores, un sacapuntas, u objeto similar. Frecuentemente le daba cambio a aquellos que le daban dinero. Aunque los niños inicialmente le tenían miedo por su apariencia, pronto perdian el miedo y charlaban con el. Todos, tanto adultos como niños, le hablaban con mucho respeto.
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