El cantautor Willy Chirino y su esposa la cantante Lissette Alvarez llegaron a EE.UU. a través de la Operación Pedro Pan.
Por ALEIDA DURAN
Después de 430 años de vivir en Egipto, la población hebrea había crecido tanto que el gobierno Egipcio temía que se fuera de control, así es que el Faraón ordenó dar muerte a todos los niños varones que nacieran de padres hebreos. En ese tiempo le nació un hermoso niño a una pareja de la tribu de Levy, la cual lo tuvo escondido durante tres meses; pero finalmente, temerosa del riesgo que estaba corriendo la vida de su hijo, la madre lo colocó en una cesta preparada para que no filtrara el agua, la cual puso entre unos juncos en el río. La propia hija del Faraón que se estaba bañando corriente abajo, encontró la cesta y llevó al niño a su palacio como hijo adoptivo. Le llamó Moisés, que quiere decir "Salvado de las aguas".
El 26 de diciembre de 1960 se inició uno de los más dramáticos y poco comentados episodios de la historia cubana de los últimos tiempos: la de los 14 mil niños y adolescentes a quiénes sus padres enviaron solos de Cuba a los Estados Unidos durante los dos primeros años de la década de los años 60, en un proceso conocido más tarde como "Operación Pedro Pan".
El proceso fue posible gracias a la acción del Rev. padre Bryan Walsh, director del Catholic Welfare Bureau, quien los apadrinó, a unas 300 personas que lo ayudaron en Miami, y a un grupo de cubanos que se arriesgaron dentro de Cuba cooperando para hacer posible aquel masivo éxodo de niños y adolescentes, el cual se llevó a cabo en silencio.
Tras más de cinco años de investigación y rastreo por unos 35 estados de la Unión, Yvonne Conde, una periodista independiente de Nueva York, publicó un libro sobre esa historia. El desconcierto, la soledad, la angustia, el temor y a menudo el terror que experimentaron aquellos niños, las dificultades que afrontaron y la rebeldía que muchos de ellos mostraron posteriormente, antes de alcanzar finalmente la madurez, probablemente sorprenderá y estremecerá al exilio cubano.
Porque los cubanos no son proclives a contar sus desdichas, y porque los éxitos materiales de un sustancial número de esos cubanos en particular, ha actuado como una cortina luminosa que ha impedido ver los traumas emocionales. Cuando se menciona la "Operación Pedro Pan" inevitablemente surge el comentario: !Ah, si! ¿Sabes quién fue un "niño Pedro Pan? Willy Chirino".
Y Lissette Alvarez. Y Marisela Verena. Y médicos, psicólogos, abogados, dentistas, sacerdotes, profesores, hombres y mujeres de negocios.
Asomarse a la periferia de esa masa de cubanos, hoy en sus 40 o más años, es encontrar una especie de subcultura difícil de penetrar. Ellos compartieron una experiencia vital dolorosa y diferente a la del resto de los exiliados.
Adentrarse en la espesura de esas vidas, escarbar, abrir viejas heridas en algunos casos aún no del todo curadas, y exponerlas a la luz, sólo podría lograrlo, en números sustanciales, uno de ellos.
Yvonne Conde lo es. Ella también fue "una niña Pedro Pan". Tenía nueve años cuando llegó a Miami el 11 de agosto de 1961. En pocas semanas pasó por el hogar de dos familias amigas de la suya. Después un tío llegó de Cuba con su esposa y dos niños, y se hizo cargo de la pequeña Yvonne, quien ese año tuvo que cambiar de escuela cuatro veces.
Como todos los cubanos recién llegados, ellos pasaban penurias económicas. Yvonne siempre tenía hambre y los zapatos rotos. Más aún...
"Me parecía que estorbaba, que estaba de más".
A menudo, mientras salían a trabajar o a estudiar inglés, los tíos la dejaban a ella de noche a cargo de los dos niños pequeños. Yvonne sentía miedo.
"Una noche mi tío y su esposa tuvieron una pelea tremenda. Oí cuando ella le gritó: "Y si te vas, ¡te llevas de aquí a esa chiquilla de m...! Yo me preguntaba a donde iríamos mi tío y yo, ¿tendríamos que dormir en la calle?", cuenta Conde.
Afortunadamente la separación de su madre no fue larga. Su madre, su padrastro y su medio hermanito de tres años, pudieron salir de Cuba ocho meses después que Yvonne.
"Cuando vi a mi madre me prendí de ella como una garrapata y no hubo modo de separarme ni para dormir", narra.
Después de un año en Miami, la familia se fue a Puerto Rico. Conde comenzaba su adolescencia y, con ella, un largo período de rebeldía.
"No quería saber nada de Cuba, ni de la cultura cubana. Yo era más puertorriqueña que el coquí. Usaba el pelo y la falda larga como si fuera 'hippie', era izquierdista y marchaba con los independentistas puertorriqueños", confiesa Conde, quien a los 19 años recogió sus cosas y se fue de la casa de su madre.
Mucho tiempo después, mientras estudiaba periodismo en New York University, supo que ella había sido parte de un éxodo de 14 mil niños y adolescentes cubanos, y que aquel éxodo se había llamado Operación Pedro Pan. Decidió investigar. Inicialmente viajó a Washington y a Miami, pidió información a las agencias de servicio, buscó el origen del proceso, las estadísticas, listas con los nombres de aquellos niños que vinieron durante aquellos dos años. Envió 800 cuestionarios a otros tantos "niños Pedro Pan".
Conde es hoy una mujer casada con un médico y "más cubana que las palmas". Respalda el embargo norteamericano contra el gobierno cubano y participa en las manifestaciones anticastristas del exilio.
"Creo que el balance de la Operación Pedro Pan ha sido positivo: nos dio opciones que no hubiéramos tenido en Cuba. Es una pregunta que he hecho en los cuestionarios y la mayoría también cree que fue positivo", indica.
Tiempos de Miedo
Corría el año 1960. Luces como manchas de aceite parecían quemar trechos de sombras. La calle estaba sola. De pronto tronaron los camiones moviéndose como esqueletos de antiguos barcos negreros. Venían desde la Estación Terminal de Ferrocarril e iban repletos de niños. Los gritos de éstos sacudieron la calle, erizando el espinazo de los padres tras las puertas cerradas: "¡Cuba sí, yanquis no!, ¡Cuba sí, yanquis no!". Consignas de odio.
"Ya en la Sierra Maestra se encuentran los mil 500 maestros que están pasando allí su curso de prueba", anunciaba Fidel Castro a la nación el 27 de mayo. Cada 15 días se irían integrando 2,500 jóvenes más.
El 27 de marzo, 800 niños habían sido llevados a las escuelas de adoctrinamiento de Minas del Frío, en la Sierra Maestra. El 2 de agosto los comunistas ocupaban la Universidad de La Habana.
Por otra parte..., el 1 de enero Castro había recibido un mensaje de solidaridad de la China de Mao Zedong; el 20 atacaba a la Iglesia Católica; los días 10, 13 y 15 de febrero el primer ministro soviético Anastas Mikoyan firmaba en La Habana un pacto de ayuda económica con Cuba. Se disolvían bancos, se confiscaban propiedades y compañías petroleras, todas las empresas norteamericanas, revistas como Bohemia, Carteles, Vanidades. Se recibían cargamentos de armas soviéticas. El 13 de octubre unas 400 empresas importantes pasaban a poder del estado. El 7 de noviembre 700 técnicos rusos descargaban en Santiago de Cuba un misterioso embarque...
El miedo se había adueñado de Cuba. Los padres podrían perder la patria potestad. Quizás los niños serían enviados a la Unión Soviética tal como había sucedido con cientos de ellos en la España de los años 30. Los rumores corrían.
A fines de noviembre, Jim Baker, director de la Academia Ruston de La Habana, y un grupo de hombres de negocio de la Cámara Norteamericana de Comercio de la capital cubana, se entrevistaban en Miami con el padre Walsh, director del Catholic Welfare Bureau.
Muchos padres cubanos estaban preocupados por la seguridad de sus hijos. La administración del entonces presidente Dwight D. Eisenhower había prometido proveer fondos para admitir a niños cubanos en Estados Unidos si un organismo no gubernamental se hacía responsable de ellos hasta que pudieran volver a Cuba o hasta que sus padres pudieran venir. ¿Podría ayudar él?
"Yo sabía que podía ofrecer mi cooperación. Incluso podía buscar solución para los niños protestantes y judíos a través de organismos que respondieran a su fe religiosa", dice el Monseñor Walsh.
El Departamento de Estado le telefoneó: Estados Unidos admitiría a 200 niños hasta la edad de 18 años que vinieran solos si él aceptaba la responsabilidad. Al responder afirmativamente, queriendo salvar a 200 niños del torbellino de una sociedad que se estremecía hasta sus cimientos, el padre Walsh se internaba en un proceso que habría de influir en miles de vidas. Los primeros niños llegaban a Miami el 26 de diciembre de 1960. Unos días más tarde, el 3 de enero de1961, Estados Unidos rompía relaciones con Cuba. Nuevamente, el Departamento de Estado llamaba al padre Walsh: una carta firmada por él sería aceptada como permiso equivalente a una visa.
"Así nacieron las Visas Waiver", explica Mons. Walsh.
La frase mágica, "Visa Waiwer", corrió por Cuba a la velocidad del sonido y los 200 niños y adolescentes inicialmente programados se convirtieron en 14 mil, que estuvieron llegando hasta el 22 de octubre de 1962.
Experiencias
Luis Ramírez, de 50 años, casado y hombre de negocios, considera que tiene dos familias, aquélla en el seno de la cual nació en Sancti Spiritus, y la que lo adoptó en Delaware.
"Creo que la peor parte le tocó a nuestros padres, que tuvieron que enviarnos solos, contando solamente con la fe de que Dios nos iba a proteger", dice.
Llegó a Estados Unidos en 1961 con ocho años de edad. Fue acogido en el campamento de Florida City en donde, además de las niñas, se alojaban los varones pequeños. Dos meses después, por intermedio de un sacerdote amigo de su padre, fue trasladado al hogar de un matrimonio norteamericano con cinco hijas, de Willmington, Delaware.
"Dentro de las diferencias culturales, yo me sentí muy bien allí. Mi papel dentro de esa familia siempre fue, y es, el de hijo", cuenta.
Cuando sus padres llegaron dos años más tarde fue él mismo quien pidió irse con ellos a Miami porque "no concebía" que sus padres tuvieran una mala situación económica, y él estuviera pasándolo bien con su familia adoptiva de clase media.
Para él, la Operación Pedro Pan fue positiva. Los más, se adaptaron, dice.
En el otro extremo del arcoiris de edades, está Marta San Martín, directora de una agencia de servicios comunitarios, quien salió de Cuba en 1962, a los 18 años, con su hermana Isabel, de 17. Ambas salieron en las mejores condiciones. Eran alumnas de la escuela presbiteriana La Progresiva, de Cárdenas, en la provincia de Matanzas. Desde Cuba sabían a donde vendrían: al hogar de un matrimonio norteamericano de su misma fe, en Springfield, Illinois.
Reconoce que el choque cultural, el idioma, el alejamiento de la patria y la familia, el clima terriblemente frío, y ese estado emocional que todos los entrevistados han mencionado, sin excepción, la incertidumbre, fueron muy duros.
Estuvieron tres años bajo la tutela de esa familia, pero la mayor parte del tiempo la pasaron becadas en una universidad en Blue Ridge Mountain, Carolina del Norte.
"Era muy triste. La neblina en las montañas era constante. Como becadas teníamos cuatro horas de trabajo y cuatro de estudios. Aquí teníamos que limpiar pisos y realizar diferentes labores a las que no estábamos acostumbradas", dice Marta.
"Allí encontramos a muchos compañeros de La Progresiva, que habían venido desde diferentes hogares adoptivos. Nos soteníamos mutuamente: llorábamos juntos; reíamos juntos".
Las dos hermanas hicieron las gestiones para que sus padres pudieran venir. Llegaron cuatro años después de haber salido las hermanas, y fueron a vivir con Isabel, ya casada.
"Yo todavía estaba estudiando en Iowa, pero ésa fue otra conmoción. La reinserción familiar no fue traumática, pero sí tensa y demoró años en completarse. Se logró porque tanto mi hermano, que también había salido de Cuba, como nosotras, adorábamos a nuestros padres", cuenta Marta.
Pero la autoridad que los padres, ambos españoles, habían ejercido en el hogar, ya no era posible. Los hermanos "se habían hecho solos" y ya habían abrazado otra cultura. Incluso tuvieron que acostumbrarse de nuevo a comunicarse en español en el hogar.
"El dolor de cada uno de los que vinimos de Cuba solos en la niñez o adolescencia, es el mismo, pero la forma en la que cada uno experimentó ese dolor, es distinta", dice San Martín.
"A mí me iban a mandar a un campamento en Nuevo México y me negué. Había oído cosas muy feas de aquel lugar", dice Caridad Guajardo, una ex-niña Pedro Pan.
El padre de Caridad era hijo de un próspero hombre de negocios de Cantón, China. Siendo muy joven vio cómo comunistas chinos asesinaban a sus padres y a 12 hermanos. El y un hermano suyo, casi adolescente, lograron huir y meterse como polizontes en un barco mercante que fue a dar a La Habana.
El que sería padre de Caridad trabajó duramente y con el tiempo logró ser dueño de una de las más respetadas casas de crédito de la capital cubana. Se casó con una joven cubana y tuvieron una sola hija.
Cuando Castro tomó el poder, el Sr. Chang comenzó a ser hostigado: tenía relaciones en Taiwán, estaba conspirando, le acusaban. La familia comenzó a gestionar la salida de Cuba, pero tras un incidente especialmente abusivo, el padre de Cary sufrió un ataque cardíaco del que no se recuperó. En su lecho de muerte rogó a su esposa que saliera cuanto antes de Cuba y se llevara a la niña.
Diez meses más tarde llegaban las Visas Waiver que habían gestionado para la familia las monjas que habían educado a Cary. Al momento mismo de la salida, funcionarios del gobierno cubano dijeron a la madre de Cary que ella no se podía ir.
"Mi madre y yo pasamos horas mirándonos. Yo, dentro del recinto acristalado al que llamaban "pecera"; ella por fuera, pegada a los cristales", cuenta Cary.
Diez horas después de haber entrado en la "pecera", Cary abordó el avión que la trasladaría a Miami. Era el 18 de julio de 1962. Cary Chang tenía 13 años. Durante el viaje, una tormenta estuvo a punto de derribar la nave.Y al llegar, fue trasladada a un campamento de Florida City.
"Nos parecía que estábamos en plena jungla. Había varias clases de serpientes a las que, con el tiempo nos acostumbramos..., y unas horribles moscas cuya picadura producía fiebres que duraban una semana", recuerda Cary.
"Parecía que todo daba junto: el sarampión, la varicela. Yo desarrollé un asma tan fuerte que me pasaba días medio asfixiada", añade.
Un año después de haber llegado Cary al campamento, el gobierno permitió a su madre salir de Cuba. La niña fue llevada a Miami a recibirla.
"Mi madre no me reconocía. Pesaba sólo 70 libras. Mi piel estaba oscura y picada de insectos. Ella estaba segura de que me habían cambiado por otra. 'Eso' que ella veía no era yo", cuenta Cary riendo ahora.
¿Cree ella que la Operación Pedro Pan fue positiva?
"¡Definitivamente sí! ¿Qué hubiera sido de mí en Cuba?".
En caso de que a estos integrantes de la Operación Pedro Pan se les presentara una situación similar, ¿tomarían una decisión como la que tomaron sus padres? La mayoría encuentra difícil contestar esa pregunta. Tendría que presentarse esa situación, dicen.
Pero en Cuba, en los años 60, posiblemente los padres no veían otra opción. La mujer de la tribu de Levy confiaba en que al poner a su hijo en una cesta en el río, éste tendría alguna oportunidad de salvarse. Con la misma esperanza, los padres cubanos pusieron a sus hijos en un avión. Y, como Moisés, los más, se salvaron.
© CONTACTO Magazine
Publicado el 27 de octubre de 2001 en CONTACTO Magazine
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